martes, 13 de agosto de 2013

Aquella tecla que hizo sonar por primera vez le atrajo febrilmente hacia la música. Fue el comienzo de un itinerario académico perfectamente trazado por sus padres que incentivaron esa temprana vocación musical. Las clases particulares, el Conservatorio, los concursos, no exentos de rivalidades y envidias, culminaron, para orgullo de sus padres y mayor satisfacción de sus profesores, en la obtención de una plaza de pianista en la Sinfónica de Atlanta.
Siguieron viajes alrededor de todo el mundo, pero no tuvo tiempo de reparar en que, todo había transcurrido de forma frenética y aquella vida no le había hecho tan feliz como imaginó al principio. Con frecuencia recordaba al primer profesor que le hablaba de dejarse abrazar por la música, sentirla, vivirla, transportarse...
Esa noche, en Nueva Orleans, previa al concierto, decidió salir a tomar algo. Franqueó la puerta de entrada y se encontró en el vestíbulo de aquel club. Con el ambiente cargado, era el decorado perfecto que busca cualquier turista aventurero.
No era su lugar natural y lo observaba todo con curiosidad. Le agradó sin embargo un cartel que prohibía el uso de cámaras. En eso, al menos, el antro se resistía a perder algo de autenticidad. A su derecha un antigüo piano de pared.
El tipo al otro lado de la barra pareció adivinar su interés y con un ademán le invitó a tocar algo. Dudó, nunca había interpretado ante un auditorio tan singular, además el viejo instrumento podía estar desafinado. El bourbon le hizo sentirse cómodo y no quisó ser descortés. Así, que se sentó ante el teclado y comenzo a ligar notas de un popular ragtime. Los sonidos que arrancaba resultaban cada vez más agradables a medida que iba cesando el ruido de un público poco exigente.
Él, cada vez más ausente, ayudado por la simplicidad de la partitura, se dejó llevar por la música y fue reencontrándose con ese niño que hizo sonar aquella tecla por primera vez.
 
 

6 comentarios:

  1. Complicamos nosotros mismos, la simplicidad de la vida, uno es feliz con tan poco...
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Nunca hay que perder el niño interior, ese que se divertía, reía y se sentía feliz con su libertad de hacer lo que más le gustaba.En lo simple está la respuesta...
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. No me gusta la idea del niño interior. Prefiero resumir en que no hay que perder el impulso, el disfrute inicial con que se empezó algo. Lo que puede no ser facil, porque algo como la música requiere esfuerzo, dedicación, y renegar cuando algo no sale. Salvo que se tenga un genio natural, algo que se da en casos excepcionales.

    ResponderEliminar
  4. Lo que más me gusta de este relato es que una vez que se aprende a tocar la/s tecla/s correcta/s, nunca se llega a olvidar cómo suena, de qué manera hay que pulsarla/s para que resuene a la perfección. Me alegra de que hayas decido escribir.

    un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Lo que esta claro es que cuando logras esa venerada perfección puede que conlleve perder la esencia y la satisfacción de hacer lo que haces por puro placer y no por deber.
    Teclas afinadas describiendo muy bien el ambiente de ese antro.
    Besos de helado de gofio.

    ResponderEliminar
  6. Me pareció escuchar la música en el relato, eso es lo mejor del relato, que es capaz de traspasar las letras.

    Un beso

    ResponderEliminar

¿Acaso la vida le había dado la espalda?. El murmullo de la soledad la visitaba en ocasiones y esa noche nuevamente la empujó a salir. V...